- Hide menu

Paisajes minerales, 2000

PAISAJES MINERALES

Carlos Piera

Porque así son los que nos vienen de la historia, un paisaje es para nosotros algo que vemos:»se ofrece a nuestros ojos». Nunca está, por ejemplo, a nuestra espalda. Si hay en él figuras, o bien se las ve ajenas a él o bien son un vicario nuestro, absorto, chistera en mano, en la contemplación de lo sublime. Con o sin figuras, el paisaje es naturaleza, vale decir biología. El árbol, el ave, el rebaño, las matas son vida, aunque no la nuestra, y están allí quietos en apariencia sólo. Aún aquello que el aire no agita cambia con las estaciones, crece o envejece sin más. A su ritmo, no al nuestro. Y eso nos mide. Por eso hay nubes y agua en los paisajes, vida honoraria. Habrá estado en Arcadia todo lo que se ve.

La presencia de la vida es, pues, la del tiempo, y tanto más cuanto menos declarada. De modo que hasta la inevitable interpretación elegíaca que acabo de dar es parcial en exceso: así, en el mejor arte japonés hay una melancolía que no se distingue en nada de la belleza porque el transcurrir y el ser no se contraponen. Pero es verdad que nuestra idea de paisaje es la de algo que, por natural, conforma el más temporal de los géneros pictóricos, siendo, y no casualmente, el más estático.

No se aduzca la naturaleza muerta. Ese género simplón alcanza la madurez con el cubismo, cuando destierra lo orgánico y se queda con lo que la existencia ha echado junto, momentáneamente y como por una tirada de dados, sobre el velador del café. Reparemos en otra coincidencia aparente: en torno al cubismo se ha hecho superflua la perspectiva. La manifestación de lo momentáneo, que nos excede por mínimo, no «se nos ofrece». Tampoco, y con mayor causa, la de aquello cuyo tiempo nos sobrepasa porque, ante sus magnitudes, no somos nada.

Tal es lo mineral: no tiene observador. Le cierran a éste el paso dos factores. Uno, ya dicho, la inconmensurabilidad de los tiempos. Otro, que no mineral no tiene dimensiones. Mientras que un árbol siempre es un árbol, una piedra en primer plano es una montaña, un monte en la estepa puede ser un canto. Volviendo a Japón (cuya presencia aquí será misteriosa para quien no advierta que hablamos de distintas radicalidades): los jardines de piedra pueden representar mundos; un bonsái, en cambio, jamás pasará de cursilería.

«Que Amaya Bozal pinte paisajes minerales quiere, pues, decir esto: que pinta algo en lo que no hay tiempo y, más drásticamente, no tenemos lugar»

Que Amaya Bozal pinte paisajes minerales quiere, pues, decir esto: que pinta algo en lo que no hay tiempo y, más drásticamente, no tenemos lugar. Puede haber distancias sin perspectiva, sin hitos; transcursos de algo más lento que las lenguas que lo nombren. Sorprendentemente, eso no nos excluye: nos despoja. No podemos observar, pero sí somos parte, a condición de no querer medirnos ni fingir saber dónde estamos. Condición que es una forma de sabiduría. Por hacerme el honor de proponérmela, yo al menos debo a Amaya Bozal un agradecido asombro.